domingo, 17 de marzo de 2013

RADIOLOGÍA Y MAGNICIDIOS EN LA HISTORIA DE NICARAGUA


Radiología y magnicidios en la historia de Nicaragua


Lenin Fisher

En la ciudad de León han ocurrido los dos magnicidios de la historia de Nicaragua, según Faustino Sáenz, al estudiar la violencia volcánica y leonesa  como parte de la interpretación de la leonesidad. El primero de los magnicidios tuvo como víctima al Director Supremo del Estado, el Coronel José Zepeda, sucedido la noche del 25 de enero de 1837, cuya administración fue efímera, teniendo como victimario a Baudilio Mendiola. Para entonces, los rayos X no habían sido, obviamente, descubiertos por William C. Roentgen (1,2).

El segundo magnicidio tuvo por víctima al Presidente y General Anastasio Somoza García, el 21 de septiembre de 1956, en la Casa del Obrero –donde con una fiesta se despedía de la metrópoli proclamando por tercera vez su candidatura presidencial-, a causa de los cinco disparos de revólver hechos por Rigoberto López Pérez, un joven leonés, periodista y poeta. Los rayos X, la radiología, los radiólogos y técnicos se involucraron en este caso histórico, toda una emergencia nacional.  En realidad, el segundo magnicidio fue el de A. C. Sandino; y el de Somoza García sería el tercer magnicidio o lo que es lo mismo: Somoza García cometió el segundo magnicidio y fue la víctima del tercero (1,2).

“Alrededor de las 11:30 de la noche ingresan a Somoza al viejo hospital San Vicente en León, situado al final de la avenida Debayle, en la carretera que sale a Telica y Chinandega. Le pasan directamente a la sala de operaciones donde la primera persona en revisarle es un practicante de guardia, el estudiante de medicina, Ramiro Abaunza Salinas, de pura estirpe liberal…” y el único individuo del hospital al que Salvadora Debayle permite ocuparse del herido en los primeros momentos de su arribo. Minutos más tarde llegan los doctores Julio Castro y Gustavo Sequeira, y después el doctor Ernesto López (buscado en su propia  casa y llevado en la limosina de Somoza) (1,2).

 “A las cinco y media  llegan los radiólogos Humberto Tijerino e Inocente Lacayo, este último de Managua, quienes determinan una fractura en el cúbito en el antebrazo derecho. Dos ortopedistas proceden a enyesar el brazo del paciente…” Según la propia versión del Dr. Tijerino, quien era profesor de clínica médica, él fue el primer facultativo en valorar a Somoza herido; según el Dr. Tijerino ninguno de los disparos había afectado órganos vitales, las placas radiográficas valoradas así lo demostraban, excepto una de ellas que comprimía a un cuerpo vertebral y producía un síndrome doloroso acentuado. Entonces podemos  inferir que un médico interno lo recibió y los primeros médicos que atendieron al herido fueron los Drs. Castro y Sequeira (1,2).

El Dr. Sequeira Madriz relató: “Me encontraba tranquilamente en mi casa cuando fui sustraído de mi hogar para atender un personaje cuyo nombre desconocía y que realmente llego a conocer cuando llegó al hospital. Se trataba del general Somoza García quien había sido balaceado; cuando lo valoramos el paciente se encontraba en shock hipovolémico por lo cual adoptamos todas las medidas para precisar el alcance de las lesiones sufridas, al tiempo que se le estabilizaba hemodinámicamente para ser trasladado por vía aérea al Canal de Panamá, lo cual efectivamente se hizo en las primeras horas de la madrugada del día siguiente. Trabajamos hombro a hombro en aquellas difíciles horas con los brillantes doctores Julio Castro, Ernesto López y Humberto Tijerino. La técnica de rayos X fue la señora Carmen Berríos, quien por cierto recuerdo que le dedicó 50 años de abnegado trabajo al hospital. Los internos que nos asistieron con eficiencia fueron Ramiro Abaunza y René Ordóñez.” (1,2).

“De las cinco balas que dispara López Pérez, cuatro dieron en el blanco y ninguna de ellas era necesariamente mortal. El doctor Evenor Taboada, médico forense de León, practicó el reconocimiento a Somoza, dictaminando que había sido herido por arma de fuego que le produjo lesiones de diversa naturaleza.”  Sin embargo, debe tenerse en cuenta que: “Somoza no era un hombre sano antes del atentado (…) podía considerarse de alto riesgo. Era diabético, hipertenso y presentaba tendencia a la obesidad.” Y desde 1949, debido a una diverticulitis le realizaron, en Boston, EE.UU., una colostomía, de cuya limpieza diaria era responsable el mayor Ocón (1,2).

Debido a la deficiencia del equipo de rayos X del Hospital San Vicente de León, Luis Somoza Debayle insistió en que a su papá le tomaran nuevas radiografías en Managua por lo cual se solicitaron los servicios del Dr. Roberto Calderón Gutiérrez, quien aparentemente pretendía que las radiografías se tomaran en el Hospital Militar; pero el equipo de rayos X en este hospital también estaba en mal estado (¡no es cierto que todo tiempo pasado fue mejor!). Entonces, sobre la marcha, el Dr. Calderón decidió llevar a Somoza García al Hospital General de Managua, donde ingresó alrededor de las siete de la mañana del 22 de septiembre (99).  El Dr. Octavio Argüello Varela, Jefe de Laboratorio, fue amenazado por un coronel de la G.N., fuertemente armado, quien le dijo: “Se le comunica que cualquier error que cometa será interpretado como atentado.” (1,2).

 Un proyectil penetró en el hombro derecho, en la región deltoidea, sin agujero de salida, causando hematoma en la pared axilar anterior. La bala siguió por detrás de las principales arterias, venas y nervios introduciéndose en el tórax, fracturando una costilla y desgarrando el pulmón derecho. “Las radiografías detectan un fragmento de bala alojado en el cuarto espacio intercostal derecho, entre la piel y la sexta vértebra dorsal.”Otra bala perforó el antebrazo derecho, de adelante hacia atrás, a nivel del tercio medio, produciendo una fractura multifragmentaria del cúbito. Asimismo, había una herida con agujero de entrada en la fosa iliaca derecha y un poco arriba de la espina iliaca anterosuperior, sin agujero de salida. El proyectil siguió hacia atrás, describiendo una curva, sin entrar a la cavidad abdominal, hasta penetrar en el raquis, por la quinta vértebra lumbar y lesionando la cauda equina (1,2).

            Si en la entrada de la Casa del Obrero, la noche de la fiesta y el atentado o ajusticiamiento, hubiese existido un equipo sofisticado de rayos X –como los actualmente usados en los aeropuertos-, para escanear a cada persona que ingresó al local, se hubiese descubierto por lo menos el siguiente arsenal entre los leoneses, encontrado debajo de mesas, sillas y en diferentes rincones del edificio: “…23 armas cortas de fuego, 17 navajas de tamaño mediano, 4 punzones, 3 limas largas, 1 picador de hielo y una hachuela de mango recortado. ¡Un arsenal completo digno de una asamblea de hombres y mujeres buenos que homenajeaban al presidente simpático y bonachón de un país pacífico!. En otras palabras, al menos 49 personas civiles portaban algún tipo de arma –además de los militares, agentes de seguridad y el propio Rigoberto López Pérez (1,2).

            Finalmente, Somoza García sufrió un paro cardíaco, del cual se recuperó con desfibrilación, pero con daño cerebral severo; luego, el equipo médico del presidente Eisenhower le extrajo las balas y murió en el Hospital Gorgas de la Zona del Canal de Panamá, el sábado 29 de septiembre de 1956, a las 4:05 de la madrugada, después de haber ejercido el poder, dictatorialmente, directa o indirectamente, tras el asesinato de Sandino el 21 de febrero de 1934 (1,2).

            No parece muy cercana a la verdad la versión ofrecida por Corea Fonseca, transmitida por el Dr. Cayetano Espinoza Valdez al Dr. Teófilo Cortés, ambos anestesiólogos, versión en la que se atribuye el coma y la muerte de Somoza García a que el tubo endotraqueal estaba mal colocado, en el esófago y no en la tráquea, por lo cual el paciente pasó varios minutos con ventilación cerebral defectuosa (1,2).

Tampoco se puede atribuir la muerte de Somoza García al aparente desorden con que fue manejado o porque no fue abordado como un caso común de la consulta diaria de emergencia, como rutinariamente lo hacen los médicos internos y residentes, como ha señalado Corea Fonseca. Los factores de riesgo del general y dictador herido eran reales: obesidad, hipertensión arterial sistémica, diabetes mellitus y colostomía.  Esta versión muy dudosa quizá se deba a que los nicaragüenses siempre nos creemos mejores que los de otros países; según nosotros, siempre hacemos lo mejor; los otros son los que fallan (1,2). 

Por otra parte, el cuerpo de López Pérez fue desaparecido, no se sabe exactamente dónde fue enterrado; a él, no se lo tomó radiografías de ningún tipo, según se sabe. ¿Cuántos cuerpos extraños de densidad metálica u ojivas de bala se pudieron haber contado en las radiografías del cuerpo de Rigoberto López Pérez?  ¿Cuántas fracturas se pudieron haber contado en las radiografías? ¿Solicitó el médico forense radiografías del cuerpo de López Pérez? ¿Alguien describió el recorrido de cada una de las decenas de balas que atravesó el cuerpo de Rigoberto? (1,2).

Es inevitable parafrasear el poema “Adivinanza” de Fernando Gordillo: Dos muertos:/ uno, a la vista de todos/ en el corazón de nadie./Otro, a la vista de nadie/ en el corazón de todos (100,101). Y la tecnóloga médica Annie Valladares, primera mujer graduada como químico-bióloga en la Universidad de San Carlos de Guatemala, en 1954, autora del poema “Responso a Rigoberto López Pérez” (escrito en Nueva Orleáns, en septiembre de 1956; reproducido en México), expresó en dos seversos: “te has salvado del olvido” (1,2).




Referencias bibliográficas

1.                 Fisher, L. Historia de la Radiología en Nicaragua: la senda de la luz invisible. Universitaria. Managua. 2010: 316
2.                 Fisher, L. Historia de la Radiología en Nicaragua: la senda de la luz invisible. 2da. ed. Universitaria. Managua. 2011: 428

Managua, Nicaragua, 28 de abril de 2012

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https://colegionicaraguenseradiologia.blogspot.com/2013/03/radiologia-y-magnicidios-en-la-historia.html

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